INÚTIL A LA PATRIA
Cuando llegué ese día por la mañana al cuartel para hacer mi servicio militar, él ya estaba afuera, todavía no abrían y ya estaba esperando, traía una bolsa con tamales, yo creo que como me vio flacón me ofreció, pero yo no tenía hambre, luego luego empezamos a platicar, me cayó rebién. Me contó que le decían el Toñote, ya estaba veterano, creo que me dijo que tenía treinta, me enseñó la foto de su chavito y de su señora, yo le dije que iba a ser el más grande de todos los que íbamos a marchar, de años y de tamaño. Yo ya tenía yendo dos fines de semana, él apenas se iba a meter. Sin que yo le preguntara me dijo que necesitaba su cartilla para una chamba, que le gustaría estar chavito como yo para no tener broncas, yo ya ni le dije que sí tenía un buen de broncas porque oímos el rechinido de la puerta y el soldado nos dijo que nos metiéramos.
Nomás lo vio el sargento Juárez y lo puso a correr con todo y su bolsa de tamales, a puro grito le
dijo que era inútil a la patria, a puras groserías, pero yo no las repito porque a mí no me gusta hablar así. Todos se reían. La verdad se veía chistoso porque su panza le rebotaba y luego los tamales, pero yo no
me burlé.
Perdí la cuenta de sus vueltas, pero no fueron poquitas, de todos modos, no
le sirvieron porque el militar lo corrió, le dijo que no servía a la patria y que mejor se largara a comerse sus tamales. El Toñote se acercó al sargento y le dijo que le hacía falta la cartilla militar, que le diera chance. El soldado le preguntó su nombre y, cuando contestó: Toñote, todos se carcajearon, yo no sé de qué se reían, a mí no me parecía chistoso, yo creo que eran puras ganas de molestar nomás. Juárez nos preguntó que si lo dejaba marchar y yo fui el único que contesté que sí, pero bien bajito. Los demás dijeron que no qué porque los narcos lo iban a hacer carnitas, a pura risa lo querían correr.
Ya no se atrevió a decirle al sargento que necesitaba la cartilla para entrar a una
chamba, que tenía que mantener a su familia, pero a mí sí me lo había dicho, por eso se lo terminé contando yo a Juárez, pero luego me arrepentí porque nos dijo que éramos marido y mujer, que yo era su novia, y otras cosas que no quiero
repetir.
El sargento le dijo que si quería quedarse a marchar tenía que darme un beso en la boca o partírmela en el cuadrilátero. Nosotros ya sabíamos que había un ring, pero el Toñote no, por eso se sorprendió. Los demás gritaban que beso y que beso y el militar nos agarró del cuello para acercarnos las caras, yo me puse bien duro del cuello
pero no pude aguantar y justo antes de que mi boca chocara con la del Toñote, que le dice que el tiro se lo echaba mejor con él, o sea, con el sargento. Se escuchó un silencio como de esos cuando dicen que pasa un ángel.
En el vestidor al sargento le vendaban las manos y le colocaban los
guantes, a nosotros no nos dieron vendas ni protector, solo unos guantes
viejos, uno más grande que el otro. Se los puse como pude a mi compa. No quiso
quitarse su playera y me pidió que le amarrara su bolsa de tamales en su muñeca para que no se los robaran, yo le insistí que me los dejara, pero necio como burro no quiso. Por eso terminé amarrándole sus sagrados tamales.
Cuando salimos vimos a un buen de soldados. Yo me sentía nerviosísimo. Llegué a la esquina que nos tocaba y pues me quedé ahí bien preocupado.
Un soldado la hizo de réferi y les dijo algo que no escuché porque toda la gente estaba gritando. Solo vi que el sargento le hizo
una finta al Toñote pero ni lo asustó.
El sargento se movía como si estuviera bailando, luego luego se miraba que se la sabía. Yo nomás vi que el Toñote se cubría con su brazo derecho y con ese mismo trataba de contestar, el
izquierdo no lo movía por sus benditos tamales. Se quedó quieto en el centro de ring y Juárez le bailaba, se reía y echaba brinquitos, pero no se veía mal, quién sabe, como que tenía estilo. Alguien gritó: “Tiempo”. Al sargento le subieron un banquito, y pues el Toñote no se pudo sentar porque no tenía en dónde. Le dije que le echara ganas, se rio y me dijo: “ahorita vas a ver”.
El réferi los llamó para el segundo round, el sargento volvió a bailar, a mí me cayó bien gordo la verdad, luego le metió unos bien puestos en la panza y otros en la cara, aunque no lo
alcanzaba bien, pero sí le dio algunos. Antes de que se acabara el round, Juárez le lanzó un fregadazo, así como curveadito que pegó en la mera quijada del Toñote, nomás vi cómo se le dobló su pierna, apenas se alcanzó a agarrar de las cuerdas y entonces el sargento se le fue como perro,
pero no lo pudo tirar. Yo no sabía qué decirle a mi compa, la verdad, ya le había dicho que le echara ganas, hasta que le pregunté si de verdad necesitaba mucho esa chamba, se rio de nuevo, con sangre
entre los dientes me dijo: “en la calle se alivió mi mujer, en la calle me destruyeron mi puesto, ya no quiero estar en
la calle”. Pero yo no veía claro, yo nomás veía los fregadazos en su mera panza.
Antes de que empezara el tercero, vi al sargento acercarse al Toñote que estaba volteado y le dio un santo golpe en la nuca que hasta a
mí me dolió, neta, lo agarró a traición. Yo dije entre mí, pues ya que le pasen una pistola para que le meta un plomazo. Y
escuché eso, como un balazo, y vi cómo el sargento se columpiaba entre las cuerdas, no miré el golpe, pero clarito vi el miedo en la cara del Juárez, el Toñote caminó con el puño por delante y ahora sí vi como le clavó el guante en la mera barriga, luego lo agarró con un gancho en la mera cabeza y en la nariz que chisgueteó sangre luego luego y cuando el Juárez estaba como muñeco viejo contra las cuerdas el réferi agarró al Toñote y terminó el round aunque todavía faltaba tiempo.
Llegó a nuestra esquina un soldado que nos dijo que ya se había acabado la pelea. El Toñote se volteó para bajarse y otra vez por la espalda recibió un buen golpazo del sargento, se volteó y con una sola mano respondía los golpes, se tiraron con todo, me acordé de cuando vi a dos taxistas peleándose, parecían esos muñequitos de madera que venden en las ferias, ahora sí todo el público gritaba el nombre de mi amigo, todos lo apoyaban porque con una
sola mano le estaba poniendo unos bien acomodados al Juárez, que en su desesperación aventó hasta patadas. Parecía una pelea del Cantinflas, me cae, toda la gente animaba al Toñote. Alguien me dio una coquita de vidrio, quité la corcholata con mis dientes y le grité que se agachara para que le diera un poco de chesco, y sí se agachó, pero para decirme: “¿cómo ves a estos? Ahora sí me quieren”.
El sargento no salía de su esquina, le echaban agua en la cabeza. “Ya el último”, dijo el réferi, yo creo que por eso el Juárez salió como bala y le pegó un izquierdazo en el mero ojo al Toñote que no se tapó, recibió tantos golpes en la cabeza que ya parecía badajo de campana, bajó los brazos y cerró los ojos mientras Juárez se daba vuelo, yo me desesperaba bien gacho, su jeta se le
deformaba bien cañón hasta que lo mandaron a la lona, cayó con todo y su bolsa de tamales.
Todos se fueron yendo, el sargento decía que había matado al inútil y así siguió hablando hasta que ya no lo escuchamos. A nadie le importó cómo había quedado el Toñote, y eso que unos minutos antes lo apoyaban como si fuera el Canelo.
Cuando el Toñote abrió los ojos no paraba de reírse, me ayudaron a bajarlo y nos salimos. Yo le dije que nos sentáramos un rato en la banqueta. Sin preguntarle nada, él solito me dijo que se había dejado ganar, como si no lo hubiera visto yo mismo, que ganara o
perdiera no le iban a dar su cartilla, que sintió coraje cuando empezaron a gritar su nombre y de ahí se soltó a decir un buen de groserías. Yo no entendí su forma de pensar, pero ni modo de regañarlo, tampoco me atreví a darle un abrazo o a decirle que no se agüitara.
No le paraba la sangre de la nariz y de la boca, un ojo lo tenía cerrado y su playera del servicio bien manchada, que ni con cloro se
quitaría, estaba para la basura igual que el Toñote, la neta.
Caminado despacito, así como hablaba el Toñote, nos fuimos, me dijo que la patria no le había dado más que mortificaciones y pues cuando llegamos a la parada, antes de subirse a su combi me pidió que le desamarrara la bolsa de tamales porque eso iba a comer con su familia, yo me agüité bien gacho cuando sentí todos sus tamales machacados. Se subió al transporte, se sentó en la última fila y abrió la ventanilla, neta que no se me olvidará su cara, nunca he mirado otra igual, de la nariz para abajo bien triste, aunque estuviera sonriendo, de la nariz para arriba parecía contento, aunque sus ojos le lloraban. Yo me fui para mi casa y ya no regresé al servicio, la mera verdad no me quedaron nada de ganas de serle útil a la pinche patria.
por Christian Negrete
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